martes, 20 de septiembre de 2016

Brote 35: San Juan

22 junio 2013 
Parque Nacional Pripyat-Stokhid, Ucrania.

No es la primera vez que paso una víspera de San Juan en medio del bosque, cerca de un lago. De hecho el año pasado lo pasé con Teemu y su familia en su mokki, con hoguera, sauna y un sin fin de makkara asadas. Se me hace la boca agua sólo de pensarlo. No es que el jabalí me disguste, al contrario, me lo estoy comiendo con reverencia, al ser la primera carne que mastico desde que empezó todo esto. Pero no puedo dejar de mirar al fuego y imaginar que Teemu aparecerá de la nada, envuelto en una toalla, recién salido de la sauna y sonreirá al verme. Quien aparece a mi lado es Bea. Se sienta en mi tronco y acerca las manos al fuego como si fuera a calentarse.

-¿Cómo llevas la rodilla?
- Así, así... Al menos ya puedo doblarla, aunque me sigue doliendo horrores.
-¿Y qué tal con el barbas?
-Vicenç.
-El barbas.
-No lo sé, no habla mucho.
-I tu només parles amb el teu amic invisible.

domingo, 7 de febrero de 2016

Brote 34: V

Castillo de Mir, provincia de Goradnia, al sudoeste de Bielorrusia.

No era extraño que de vez en cuando nos cruzásemos por los pasillos. Miradas más o menos furtivas me recorrían de arriba a abajo y yo apretaba el paso. La vida en el castillo era dura, fría y peligrosa. Varios grupúsculos se habían apoderado de las diferentes alas del complejo y la convivencia era tensa. Aunque el pétreo edificio ofrecía refugio y magnífica resistencia contra los pútridos, yo sólo contaba las horas para largarme. La primavera había llegado por fin y aunque la semana de descanso le había sentado fenomenal a mi cuerpo, una gran mosca revoloteaba tras mi oreja. Bea no paraba de susurrar ¡Peligro, peligro! y las grandes y oscuras salas en las que el silencio rebotaba no presagiaban nada bueno. Así que cuando en medio de la noche dos tipos tiraron mi puerta abajo, sabía exactamente qué querían de mi.


martes, 15 de septiembre de 2015

Brote 33: Echar a volar

Cuaderno blanco
En algún lugar del continente europeo.

Hace tanto que no escribo que ya no sé si tiene sentido. Lo que empezó hace ya muchos años como una escapada al norte se ha convertido en esto. Soledad. La más mísera de las soledades, aquella que no es deseada. ¿Qué hago yo aquí? ¿Por qué me fui de mi casa, de mi país, de mi mundo? ¿Para qué exactamente? Atrapada. Siempre me he sentido atrapada. Casi siempre por mí misma. Ahora, en medio de la muerte y la tristeza, estoy aprendiendo a escapar. Por fin. Como cuando Ramón Sampedro se echaba a volar por las ventanas y recorría las costas de las que ya ni siquiera podía oler el salitre. Yo ya vuelo. Volar y volver a casa, a las extrañas y domésticas costumbres, a los olores, tan fuertes como abrazos cálidos, a los odiados momentos de descafeinada rutina, al ver los ojos de mis padres, cansados y ajados por el tiempo, alegrándose una vez más al volver a verme. Volar. Volar y ver cómo todo ha cambiado sin mi, cómo ha seguido la vida de los otros, cómo de alto es mi sobrino y cómo casi todo lo que he vivido se ha perdido en el olvido. Volver volando y pasear por aquél parque en el que me besaron por primera vez y descubrir que todo sigue, que nada dura, que soy un espectro, un recuerdo que sólo se recuerda a sí mismo. Nunca podré volver a casa. Ahora lo sé. Mi casa ya no existe. Sólo puedo volar a ella pero voy a dejar de hacerlo, me duele demasiado. Nunca lograré volver, así que la mantendré congelada, en una esquina, enterrada entre los escombros de lo que alguna vez fui yo. Ya no lo soy. No puedo serlo, no quiero. 

miércoles, 14 de enero de 2015

Brote 32: Silencio

Cuaderno blanco
Algún lugar del interior de Letonia, cerca de la frontera con Bielorrusia

...revisado mi equipo por quinta vez al llegar al oscuro caserón destartalado. El petate pesa menos cada día. La última semana ha resultado inútil. Nada aprovechable, excepto pienso para caballos, una botella medio vacía de Laua Viin y una lata de pescado en conserva. Sigo cojeando y la rodilla tiene mala pinta. Maldito caballo. No para de llover y Bea no deja de hablarme. Aún no he encontrado ninguna ciudad, pueblo o aldea que no esté llena de ellos. No es tan fácil como en las películas, no soy Rambo. Desde que llegué a tierra firme no he hecho más que huir. Ni siquiera tengo un mapa, sólo la pequeña brújula-llavero que cuelga de mi petate. Algo que con toda seguridad me llevará a los Cárpatos antes que a casa. ¿Y para qué quieres llegar a casa? me pregunta sin cesar Bea. No lo sé. En realidad no lo sé. Pero es lo que la gente hace, ¿no? Volver a casa. Todo el mundo prefiere morir en casa. Bea me mira en silencio. Silencio. Un silencio que se ha convertido en mi compañero de viaje. Sólo interrumpido ahora por el chapoteo incesante de la lluvia, golpeando y atravesando el podrido techo que me cubre. Está oscureciendo. Tengo frío. Estoy muy cansada.

martes, 19 de agosto de 2014

Brote 31: Bienvenidos

Una cascada de sangre roja caía por los tres escalones que llevaban al lavabo de Els Genis. Rojo carmín, resbalaba por debajo del quicio de la puerta, al principio rápidamente, con furia, para irse calmando con el pasar del tiempo. Todo el Matriarcado lo había visto. Judith había aporreado la puerta incesantemente, llamando a Tirso, hasta que sus All Star se empaparon de sangre. Desde entonces y con Sara diciendo intermitentemente No queréis entrar ahí, el grupo se había limitado a observar en silencio la cascada sangrienta sin saber muy bien qué hacer. Hasta que, de repente, empezaron a escuchar ruidos que provenían del lavabo. Primero un crujir de huesos, después algo se arrastraba por el suelo, y a los pocos segundos, un gruñido. Y entonces, bam, la puerta estaba siendo aporreada, el pomo movido. El pánico no tardó en propagarse y el Matriarcado se asió a lo que buenamente pudo. Eli agarró su muleta con fuerza, Judith cargó con su bajo al hombro, Sara recogió el pequeño botiquín del local y el cuchillo jamonero con el que llegó a Els Genis, Javi sacó el bate de béisbol de debajo de la barra y Lara... Lara se quedó petrificada. No se creía nada de lo que estaba pasando.

Brote 30: Al final de la escapada

Una fina pátina de sangre congelada cubría el bote de lado a lado. El frío me había calado de nuevo, mis manos no respondían y mi cara luchaba a duras penas para no romperse en mil pedazos contra el viento helado que nos mecía. Sobre el cuerpo de Bea se había ido formando una fina capa de hielo y su piel amoratada resplandecía bajo la tenue luz de la luna. Navegamos en la más desangelada oscuridad, entre una aterradora y silenciosa nada oscura, sin más ayuda que un par de focos que no hacían si no convertirnos en la única señal de vida en el horizonte. Continuamos rumbo sureste, a toda máquina, y finalmente, cuando el alba se desperezaba, tocamos tierra. El paisaje era dantesco. Todo parecía haber sido quemado. Desde el pequeño puerto pesquero donde habíamos atracado hasta las pequeñas colinas que se perdían kilómetros más allá. ¿Dónde estábamos? No tenía ni idea. Nuestros planes consistían en llegar a Estonia, pero algo me decía que no estábamos allí. Demasiadas horas de navegación. ¿Letonia? ¿Lituania? Al menos no era Finlandia, eso seguro.

lunes, 30 de diciembre de 2013

Brote 29: En el cofre de Davy Jones

Cuaderno blanco
A las afueras de Helsinki.
Es extraño despertar en un lugar desconocido. Apartando las razones obvias (desconcierto, confusión…), uno puede llegar a pensar que es otra persona. Lo cierto es que ahora, en este pajar abandonado, en esta cuadra trasnochada, con el frío polar colándose por todos los rincones y rodeada de compañeros inusuales de viaje, no me siento yo misma. Miro a mi alrededor, ellos aún duermen. Ella, con su ojo aún más inflamado que ayer y él, murmurando viejas canciones en sueños. Tímidos rayos de luz se cuelan entre las pútridas maderas, señalando que pronto deberemos partir. ¿A dónde? A lo incierto. Escribo por fin en este cuaderno en blanco, dejando constancia de una aventura que no quiero vivir, de este viaje que es pesadilla, del miedo que tengo a que todo esto sea real. ¿Qué hago yo aquí? Esperamos llegar a Helsinki y encontrarle un sentido a todo esto, pero ¿qué ocurrirá si en Helsinki no hay respuestas? Tengo miedo. No quiero llegar. Esta no es mi vida, esto no es real. ¿Por qué no puedo cerrar los ojos y despertar a su lado? No soy fuerte, nunca lo he sido. No he sabido afrontar problemas, siempre he huido de ellos. Ni siquiera sé quién soy, ¿cómo voy a saber qué está pasando o qué debo hacer? No sé si puedo continuar, no sé si debo. El horror del camino me susurra que no es nada comparado con lo que me espera.  Y si algo he tenido siempre, ha sido instinto. El mismo que no me ha dejado dormir y que me hace saber que nos acercamos a un gran peligro. Pero, ¿qué opción nos queda? Ya no hay vuelta atrás. Bea se despierta, debo dejar de escribir.